El Rayo logró su segunda victoria consecutiva en casa ante un combativo Levante (2-1) en un partido intenso, vibrante y de intercambio de golpes. Buena imagen de los de Míchel.
Escribía Ken Kesey en Alguien voló sobre el nido del cuco que si nadie se queja de la niebla es porque “aunque resulte molesta, permite hundirse en ella y sentirse seguro”. Y eso hizo el Rayo de Míchel en su noche más larga: hundirse en el espesor de la niebla madrileña, partirse la cara y sacar tres puntos que saben a bálsamo para la psicología. Se suele hablar del campo de fútbol de Vallekas como uno de los estadios de aspecto inglés y ayer lo fue más que nunca. Ese Vallekanfield del que habla el compañero Blas y que tanto nos gusta.
La niebla amenazaba la disputa del encuentro, pero el árbitro dio el pitido inicial. Y a priori era noche de cambios. Míchel, quizás consciente de que en el cambio estaba la posibilidad de triunfo, dispuso, por fin, una alineación con tres centrales y dos carrileros largos. Muy pronto empezaron a verse los resultados. Salió el equipo franjirrojo con ganas de hacerse notar. Quizás el parapeto de esa niebla, como una cortina de invisibilidad, ayudó a que el Rayo se decidiese a hacer trastadas. Como esa pareja que se desinhibe al saber que la luz está apagada, que nadie los ve, que no importa la torpeza o el error. Con esa aparente calma compareció el conjunto vallecano, que avisó desde la primera jugada de que no iba a vender barata su piel. Raúl de Tomás, muy activo durante todo el encuentro, recogió un balón en los tres cuartos y se lo abrió a Álex Moreno. El centro al punto de penalti del lateral zurdo pilló a contrapié a Embarba.
Sonaban cornetas de guerra en Vallekas y, sin cumplirse aún el minuto de juego, agitaba a las masas su artillero, aunque el disparo lejano moría, manso, en manos de Oier. Minutos después, Álvaro García recortaba en la frontal del área y volvía a enviar su remate a manos de Olazábal. Quería el Rayo, lo buscaba, intentaba a toda costa ponerse por delante en el marcador, pero a punto estuvo de hacerlo el Levante. Un balón largo cayó en los pies de Roger, que se vio solo frente a Dimitrievski como el tiburón que reta a una presa humana en mitad del océano. Sin embargo, el humano se hizo grande y protegió su portería con un pie casillista. Si el equipo de
Míchel había empezado la primera mitad con un carrusel de aproximaciones, ahora el de Paco López tendría su réplica. Tras la ocasión desbaratada por el macedonio, Morales se puso su habitual mono de trabajo y tras un autopase a Velázquez, con el que parecía en posición franca de tiro, se paseó por la frontal de área buscando el hueco idóneo para encontrar la red. No lo alcanzó.
El partido era un diálogo constante entre dos rivales que se respetan, se conocen, pero no terminan de encontrarse los puntos débiles. Seguía el Rayo enchufado por la banda izquierda, por donde no fue capaz de culminar varias internadas. Álex Moreno, liberado por la presencia atrás de la línea de tres, campaba a sus anchas por el carril siniestro y de una genialidad suya nació el primer tanto del duelo. El 7 rayista se giró sobre sí mismo y cavó un túnel entre las piernas de Morales para llegar a la línea de fondo. Allí, consciente del barullo en el área y de la escasa visibilidad, se la jugó a la argentina, con un envío certero, duro y raso al primero que la tocase. El balón encontró la pierna equivocada de Toño García, que mandó el balón a su propia portería, negándole el tanto a Raúl de Tomás, que se relamía a su espalda. Gran acción del carrilero y finalización a lo canchero para poner por delante a su escuadra. Como era de esperar, según el guion del partido, el Levante buscó la respuesta inmediatamente después. Un pase de la muerte de Morales, que había permutado la banda y amenazaba ahora el flanco derecho, lo remató Mayoral contra las piernas de Velázquez, que se erigía como un muro inmenso e infranqueable en todas sus acciones de juego. La primera mitad iba a concluir, otra vez, con un intercambio de golpes. Primero lo iba a intentar Raúl de Tomás con un lanzamiento desde el centro del campo que fue a caer, lento, en los guantes de Oier. En la portería contraria, el golpeo lejano de Rochina iba a obligar a Dimitrievski a agarrar un balón complicadísimo, raso, fuerte, intoxicado, cerca del poste para salvar la diferencia y mandar el encuentro al descanso con 1-0 en el electrónico. Poco antes del descanso, la fatalidad se iba a cruzar con Álvaro García en el preciso momento en el que el partido se había puesto ideal para su velocidad. Su lesión forzó a Míchel a mover ficha y banquillo: José Ángel Pozo al verde.
Tras el periodo de refresco, lejos de enfriarse, el partido no abandonó la locura. Ya en el minuto tres, los granotas amenazaron la tranquilidad rayista con un remate de cabeza que, pese a ir centrado, se envenenó y Dimitrievski tuvo que sacar por encima del larguero. En la siguiente
jugada, la amenaza se hizo más palpable, aunque ayudó un error de Raúl de Tomás. El ariete perdió una de esas pelotas imperdibles en la medular, pero Velázquez (sí, otra vez el uruguayo) salvó los muebles cuando Mayoral ya giraba el cuello para embocar a portería el centro. Una doble ocasión rayista fue el preludio del empate del Levante. El libre directo lanzado por Raúl de Tomás regaló la fotografía de la noche: Oier Olazábal repelió el lanzamiento y Embarba envió alto el rechace. A la siguiente jugada, el fantasma del pasado visitó Vallekas. Llevaba el número 16 a la espalda y se disculpó ante la hinchada vallecana tras poner la igualada en el marcador. Rochina aprovechó el centro atrás de Morales con uno de esos pases a la red que tanto disfrutó la grada de Vallekas tiempo atrás.
El empate del Levante parecía haber trasladado la bruma del césped a la cabeza de los jugadores rayistas y a la garganta de su afición. Otra intervención magistral de Dimitrievski evitó que el Rayo cayese a la lona y pareció azuzar al equipo local, que despertó con una contra en la siguiente jugada en la que a punto estuvo Embarba de desequilibrar el tanteo. Era solo un aviso. Álex Moreno volvió a ser protagonista. El héroe del ascenso, inconmensurable anoche, recogió un envío en profundidad de Imbula (el mejor partido del franco-belga desde que aterrizó en Payaso Fofó) y puso en el área. Cuando Oier palmeó el balón al centro del área, el tiburón ya había saboreado ese olor metálico de la sangre. Raúl de Tomás empujó a la red su quinta diana de la temporada y regaló un suspiro de alivio a cada uno de los hinchas vallecanos.
El partido continuaba siendo un combate de boxeo en el que los dos contendientes encajaban los golpes y buscaban el contacto. El Levante apretaba en busca de la igualada, pero el Rayo ocupaba mejor que nunca los espacios, con un Santi Comesaña cuyo trabajo de cobertura fue excelso y un Imbula que, por fin, tomaba las decisiones correctas, aunque siguió poniendo Vallekas en taquicardia. Dos goles anulados se sumaron al festival. Primero, el que era el 3-1 del Rayo. Difícil explicar qué vio el colegiado (bastante flojo, como es costumbre) para tirar por tierra el segundo gol de Raúl de Tomás. Un par de minutos después, un fuera de juego claro privó al ex rayista Coke de volver a infringirle un gol crítico a su franja (ya lo hizo hace unastemporadas, cuando vestía la camiseta del Sevilla). No hubo tiempo de mucho más, salvo una ocasión clarísima en la que Trejo desperdició su propio (y fantástico) trabajo de presión al no ceder un pase de la muerte a Raúl de Tomás, que desesperó en el punto de penalti, se lo recriminó al argentino y ambos acabaron encarados en una imagen fea que demuestra la tensión que vive el conjunto de Míchel. Por suerte, antes de terminar el encuentro se dieron la mano y zanjaron el calentón delante de su público, que aplaudió el gesto.
Quedaba tiempo, eso sí, para la Literatura. Porque el Rayo si no sufre parece menos Rayo y durante los últimos minutos se empeñó en darle opciones al Levante mediante faltas laterales, lejanas, en las que las torres subían e igualaban fuerzas. Pero en la resistencia está la medida de la victoria. En el tramo final, los nervios a flor de piel de los pupilos de Míchel parecían convertirlos en el trasunto futbolístico de aquel personaje de Niebla (título más que pertinente anoche) empeñado en morir. Ese Augusto Pérez que, harto de sufrir la eternidad y sus desdichas, acude al despacho de Miguel de Unamuno, el autor, para que lo mate y lo libere de esa carga que es vivir. Por suerte, quienquiera que fuese el escritor que puso tinta sobre blanco los acontecimientos de ayer, no quiso matar al Rayo y erigió en la figura de Dimitrievski la de un líder que desbarató el último centro chut levantinista y controló a su antojo el cronómetro en una muestra de dominio –ya era hora– del llamado otro fútbol. Porque ayer había que ganar por lo civil o por lo vallecano. Y así se hizo. Cuando llegó el pitido final del errático Iglesias Villanueva, el Rayo había pasado de ser ese equipo que busca hundirse en la bruma para sentirse seguro a ser ese otro que, también en palabras de Ken Kesey, se envalentona: “hay un poco de niebla, pero no me esconderé tras ella. No, nunca más”.
Jesús Villaverde Sánchez