Rayo y Athletic empatan (0-0) en un duelo que fue de menos a más y en el que ambos conjuntos supieron bajar al barro para generar sus ocasiones.
Jesús Villaverde Sánchez/ Matagigantes
En la película Les combattants (Francia, 2014), el director Thomas Cailley cuenta el encuentro y las idas y venidas entre dos jóvenes, Arnaud y Madeleine, que se topan el uno con el otro en un verano cualquiera. Al principio, la historia se desarrolla lenta, con pausa, como la incipiente relación de los dos jóvenes que se tientan, se conocen y se miden. Sin embargo, en un momento dado, algo hace clic y se desencadena una suerte de amour fou en el que todo es pasión, locura y una cierta violencia.
En el partido entre Rayo y Athletic, la chispa fue un disparo de Álvaro García al poste al filo de descanso. Hasta entonces, solo una belleza de Trejo, control y caño, y una doble intervención –la segunda, a bocajarro– de Dimitrievski a sendos cabezazos athleticzales había sacado al duelo del letargo. Rayo y Athletic se tanteaban, se medían, se buscaban levemente las cosquillas como Arnaud y Madeleine. Mucho gesto, poca aproximación. Justo antes del pitido, Lejeune envió un testarazo por encima de la cruceta que anunció que se terminaban de desatar las dulces hostilidades.
Tras la pausa, el Athletic salió buscando el gol tras varios errores rayistas. Nico Wiliams, primero, y Berenguer, después, no alcanzaron a encontrar la red de Dimitrievski. La doble amenaza pareció despertar al Rayo. El central ghanés Mumin, excelso durante todo el encuentro, rozó el gol en una segunda jugada, mientras que Trejo remató fuera un pase de la muerte de Santi Comesaña tras jugada individual del mediocentro. Minutos más tarde, Raúl Dpe Tomás desvió una volea de zurda de Álvaro García y obligó a Agirrezabala a regalar una fantástica intervención de reflejos felinos.
El Rayo y el Athletic, como Madeleine y Arnaud, ya estaban en el barro. Queriéndose, a su manera, ofreciendo el espectáculo que se esperaba desde el patio de butacas. A la pelea se sumó Raúl de Tomás, que siguió buscando abrir el tarro de sus esencias con un duro lanzamiento lejano que mandó a córner em guardameta rojiblanco. El barro copaba ya los dos cuerpos cuando, tras una pérdida de Santi Comesaña, Nico Williams disparó al larguero una inmejorable ocasión, que fue la última. Solo restó tiempo para una última caricia: la que hizo terminar a Sancet en el vestuario por su vehemencia contra Mumin.
Al final, empate sin goles en un duelo que terminó con las espadas en alto y sin ningún triunfador. Porque, a veces, en el fútbol, como en el amor, nadie gana o pierde.
Imagen destacada: @RayoVallecano