El Rayo vence a domicilio al RCD Espanyol (0-1) y coge aire en su carrera por la permanencia tras cuatro meses sin conocer la victoria. Los franjirrojos vuelven a ganar fuera de Vallecas, por segunda vez esta temporada, tras siete meses.
Jesús Villaverde Sánchez
Dicen que cuantas más veces se fracasa, más cerca se está de no hacerlo. Y el Rayo llevaba tantas jornadas abrazado al fracaso que la probabilidad de volver a perder cada vez era, en cierto modo, menor. Con un Espanyol virtualmente salvado y un equipo franjirrojo en la cuerda floja se abrió el encuentro en un estadio desangelado y triste como la cafetería de una funeraria a deshora. Porque, precisamente, la deshora es lo que a uno se le viene a la cabeza cuando ve un encuentro a las siete de la tarde de un día laborable.
El equipo de Iraola quiso salir impetuoso y, al minuto de juego, Mateu Lahoz ya le había quemado las alas. Un centro lateral terminó con un grosero agarrón de Yangel Herrera que derribó a Óscar Valentín. Pero no, Mateu siempre es de los que gustan de ser protagonistas y no solo no iba a señalar penalti, sino que iba a pitarle falta al mediocentro de Ajofrín, que, como es lógico, no podía creerlo.
Los primeros compases eran relativamente calmos. El Espanyol dominaba el balón, aunque sin apenas profundidad, mientras que el Rayo calibraba su producción ofensiva entretejiendo una rejilla de hombres bien plantados. Parecía que solo un error humano podía desequilibrar el marcador en esos primeros minutos y, efectivamente, un fallo rayista llegó y se encadenó con otro del rival. Precisamente, Óscar Valentín perdió un balón comprometido en la frontal del área y el caramelo llegó al niño más goloso y menos indicado. Sin embargo, Raúl de Tomás –inédito prácticamente durante todo el encuentro– se entretuvo entre recortes y fintas para dejar escapar el tren.
Respondía el conjunto rayista con un disparo lejano de Trejo, tras robo de Santi Comesaña en la medular, que terminó manso en las manos de Diego López. No pasaba nada y daba la sensación de que el Rayo jugaba algo atenazado por la presión. Algo acobardado, incluso, por momentos. El Espanyol se quitó de encima esa sensación de peligro con otros dos lanzamientos lejanos; primero fue Pedrosa quien probó la personalidad de Dimitrievski y, posteriormente, Javi Puado quien aumentó la pinza sobre el cuello del cancerbero normacedonio. No tuvo mayor complicación tampoco este segundo tiro, pese a planear más a ras de suelo y cercano al poste rayista.
El descanso ya asomaba la cabeza a la vuelta de la esquina cuando se dio el pivote argumental del relato. Un balón despejado del Espanyol fue introducido en el área, de nuevo, por un testarazo de Óscar Valentín. Por allí se elevaba la torre más alta del ejército franjirrojo, que se batía en retirada hacia sus dominios cuando le cayó un balón idóneo para peinar. Y allí estaba el ratón de área, un funambulista que, esta vez, aguantó sobre la línea para efectuar su número predilecto. Haciendo honor a Steve Jobs, que dijo aquello de “fracasa otra vez, fracasa mejor”, Sergi Guardiola remató y, precisamente en semifallo, y tras la eterna revisión del VAR, consiguió batir a un desacertado Diego López. El delantero franjirrojo barnizó el fracaso que venía asolando a sus movimientos en los últimos partidos y, por fin, regaló los tres puntos a sus huestes.
Pudo nivelar el marcador RDT antes del descanso, pero sus enfrentamientos contra el Rayo tienen un cierto regusto a que el delantero no quisiese anotarle gol a su antiguo equipo. Porque a quien te hizo feliz no gusta hacer llorar. El magnífico atacante cruzó demasiado un remate franco ante Stole Dimitrievski.
Con el marcador favorable, y sin haber cuajado una primera parte para nada brillante, sino al contrario –el Rayo estuvo muy atenazado durante los primeros 45 minutos–, los de Iraola reingresaron tras la pausa con un rédito que era más que una bombona de oxígeno. Y quizás por la necesidad de mantener esa renta, el conjunto visitante lució más en el segundo tramo del encuentro, cuando su misión era aguantar y retener los tres puntos como si fuesen una botella de agua en mitad de un desierto.
Un contragolpe dirigido de manera magistral por un Trejo cada vez más exhausto terminó con un trallazo descomunal de Álvaro García. El extremo hizo temblar la portería de Diego López tras estrellar el balón contra el poste de manera ultraviolenta. No sufría en exceso el conjunto vallecano que, sin embargo, trasladaba peligro al área local mediante los contraataques. En otra transición rápida, Sergi Guardiola se quedó solo frente a Diego López, pero, al quedarse el balón perfilado hacia su pierna diestra, prefirió buscar un pase de la muerte que fue a morir entre piernas blanquiazules. La segunda parte era de mucha brega, pero pocas ocasiones. Fútbol de barro sobre un césped impoluto. Solo Pathé Ciss intentó buscarle las cosquillas a un Espanyol algo relajado que, a pesar de todo, apretó sin éxito en los instantes finales. Entre tanto, el vasquito Unai López había dejado el detalle canchero del duelo con un fantasioso pase de rabona en el córner defendido por los pericos.
Cuatro meses y tres días después, el Rayo se reencontró con la victoria en Liga. Siete meses después, lo hizo fuera de casa: la última victoria a domicilio fue, exactamente, el 21 de septiembre en San Mamés. Aleluya. Desde entonces, el conjunto franjirrojo se ha convertido en un trasunto del Dante Alighieri de la Divina Comedia. Un viajero que desciende a los infiernos con una certeza de estar salvado y en carne viva que se va diluyendo poco a poco. Unos ojos que contemplan la hoguera y un cuerpo al que los condenados alcanzan, tocan, suplican e, incluso, llegan a infligir según qué daños. Ojalá la victoria en Cornellá-El Prat sea la puerta que abre Virgilio hacia el Purgatorio. Esa playa en la que postrarse y descansar antes de escalar los cielos. Ojalá en la jornada 38 nos espere el Paraíso. Y mirar, desde la cornisa, el abismo. Ojalá reencontrarnos pronto, Beatriz.