La situación del Rayo Vallecano no es nada halagüeña y de no revertirse pronto, viejos fantasmas podrían volver a aparecer.
“El diablo está en casa. Ayer vino aquí, en este lugar huele a azufre”. Las palabras, aunque podrían remitir al discurso de alguna película de exorcismos o misterios inescrutables en torno al demonio, las dijo el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, un 20 de septiembre de hace justo una década. Entonces el rojo de la franja también tenía que ver con el fuego del infierno, con el hedor a azufre. Hacía dos años y unos meses que el equipo había descendido, en un batacazo histórico, desde Primera a Segunda B en solo una temporada.Posteriormente volvería, tras cuatro años de duro periplo por la categoría de bronce del fútbol español, a Segunda División. Nadie pensaba entonces, o al menos quien firma estas líneas, que pudiesen repetirse estos hechos. Pero el fútbol es impredecible.
Y el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Eso dicen, al menos. El caso es que, diez años después de la famosa frase de Chávez en la ONU, la situación del equipo vallecano recuerda, y mucho, a la que había vivido la hinchada solo dos años antes del famoso speech y todavía arrastraba la entidad cuando el mandatario le escupió este discurso a George W. Bush. Vuelve a oler a azufre en Vallekas. Si el ser humano tropieza dos veces con el mismo escollo, el Rayo Vallecano no iba a ser menos que nadie. Y doce años después del triste descenso a los infiernos, todo recuerda a aquel equipo plagado de estrellas de Primera que no supo -o no quiso, aquí ya no se puede asegurar nada-desenvolverse en Segunda.
Escribía Quique Peinado este mismo domingo en el suplemento PAPEL que cuando eres del Rayo “hay días en los que sabes queel fútbol para ti es fe y solo fe”. Y añado yo que, para los hinchas de lo que un día fue Agrupación, quizás hoy lo sea más que nunca. Cuando nadie comanda el barco, lo más lógico es que se termine hundiendo. Y es la sensación que da el club desde todas las perspectivas. La de una nave que transita a la deriva. Y lo que es peor: existe la sospecha de que aquel que tiene más posibilidades de salvarla está, incluso, disfrutando con el hundimiento. Por no hablar de los operarios, de lo que ya hablamos en el artículo anterior.
Y cuando la realidad no da tregua ni alegría, las mentes echan a volar. Y entonces uno recuerda tiempos pasados y mejores, que los hubo (encontrar peores empieza a ser más complicado), o deja vía libre a la imaginación. Y si los encargados de jugar para el barrio de Vallekas no quieren hacerlo (o eso es lo que transmiten en este primer tercio de temporada), a lo mejor la solución es dejar que lo hagan los que sí quieren darlo todo por el escudo. Como hizo el verano de 1994 Harry Redknapp, cuando entrenaba al West Ham. El equipo hammer jugaba un amistoso contra el Oxford City, de la Regional inglesa, y en la banda un aficionado no dejaba de increpar a sus jugadores, que no parecían tener muchas ganas de jugar. Entonces, el preparador del equipo del oeste de Londres puso en juego al hincha, Steve Davies, al que filtró como un nuevo fichaje búlgaro, Tittishev. Este podría no tener la calidad de sus improvisados compañeros, hacía unos minutos ídolos, pero seguramente les doblaría en ganas. Tanto que incluso llegó a marcar un gol que el árbitro anuló por offside.
Ya, lo sé, es imposible que eso ocurra, pero puede servir de metáfora. Ya que los que animamos no podemos jugar y darlo todo por nuestro equipo, al menos queremos que lo hagan once jugadores que se mueran por ello. Si yo, como socio del Rayo, no puedo, que al menos sí lo hagan los -por ejemplo- Fran Beltrán, Akieme o Clavería acompañados de los pocos Amayas o Toños que queden en la plantilla. Lo más cercano que podamos encontrar a once Tittishevs. Gente que ame la franja. O que al menos la honre y la defienda. Once compañeros que vuelvan a convertir el rojo de la franja en rojo pasión.
Jesús Villaverde Sánchez