El Rayo consigue la victoria frente al Alavés (1-0) con un cabezazo de Alemão en el descuento. Los franjirrojos se abonan a la épica.
Aprobar un examen sin estudiar es difícil. Como conducir sin carnet, escribir sin leer o amar a alguien sin quererse a uno mismo. Si lo traducimos al lenguaje del fútbol, podríamos asegurar que ganar sin generar amenaza en el área es muy complicado. Igual que mantener el nivel de un equipo en tres competiciones sin mejorar la plantilla con los refuerzos. También, para ser justos, es de ley decir que marcarle gol a un equipo que se abraza al estilo de Bordalás es una tarea herculeana. Y eso es lo que se encontró el Rayo ayer en la piel del Alavés del Chacho Coudet: los siete trabajos de Hércules.
Pudo ser peor si Aleñá hubiese acertado con la portería en la primera jugada del encuentro, cuando cruzó en exceso un remate fácil en un desajuste defensivo. Respondió el conjunto franjirrojo con un remate forzado de Alemão, que llegó a pedir penalti, y otro más claro de Lejeune que detuvo Sivera sin problemas. El Alavés estaba mejor plantado sobre el césped; sin alardes, sin luces de neón, sin campanillas, pero bien plantado en el verde. A punto estuvo Antonio Blanco de aprovechar un desastre defensivo rayista, pero su disparo, desviado ligeramente por Mendy, se marchó fuera. En el último cuarto de hora del primer acto, Sivera se hizo gigante para los intentos franjirrojos. Primero lo intentó Pedro Díaz y después el cancerbero alavesista se desató con una doble intervención a remate lejano del vasquito Unai López y al rechace, a bocajarro, de Jorge de Frutos. Con esa doble intervención del meta babazorro y con la sustitución de Jon Pacheco, abatido tras un choque frontal con su arquero, se terminaba la primera mitad. Plomiza, dura, pedregosa.
Tras la reanudación, y con el Alavés jugando sin ningún central, todo parecía sonreírle más al conjunto local que al visitante. Sin embargo, los de Íñigo Pérez no conseguían hacerse dueños del balón y el juego en el centro del campo debido a la intensidad babazorra. Una buena combinación entre Ratiu y Alemão quedó sin premio por los escasos centímetros que Víctor Parada le ganó a Andrei en el tackle. No obstante, la ocasión más clara en los primeros minutos de la segunda mitad fue una arrancada de Lucas Boyé tras robar el esférico. Se cruzó, certero, un imponente Mendy.
No lo veía claro Íñigo Pérez y, para no repetir los errores de Goteborg, no quiso esperar para introducir las modificaciones. La entrada de Isi y Álvaro García lavaron la cara a su equipo y el Rayo se hizo dueño del control del tempo, el ritmo y el juego en su totalidad. Una gran maniobra de Alemão, pivotando como el punta de fútbol sala y cediendo de cara al compañero, abrió carril a Pedro Díaz, cuyo lanzamiento lejano fue embolsado por Sivera. Donde no alcanzó el excelso guardavallas sí lo hizo el poste: Isi soltó un potentísimo zurdazo que solo la madera negó. Pero, pese al avance de las líneas franjirrojas, el Alavés iba a gozar, otra vez, de la mejor ocasión. Mendy quiso regatear y falló estrepitosamente para dejar a Boyé en situación franca; el argentino cedió a Toni Martínez, que, incomprensiblemente y ante la reducción de espacio de Batalla, marró por encima del larguero. En la continuación, otro desacierto de Mendy dejó un balón suelto a Boyé, que volvió a armar la pierna obligando a Batalla a otra gran intervención. Un nuevo error defensivo, esta vez de Lejeune, permitió a Protesoni otro remate claro, que volvió a blocar Batalla en dos tiempos. El Rayo dominaba, pero el Alavés disponía las ocasiones más claras en el último tramo del duelo.
Sin embargo, a veces masticar chicle tiene premio y sale el cromo más esperado. El carril izquierdo fue una autopista y en esas lides Pep Chavarría es el rey. El lateral subió y ante la negativa alavesista al marcaje bombeó un centro al espacio mal defendido por la zaga vitoriana. Allí, solo, esperaba Alemão. Para rematar. Solo tuvo que empujar el centro de Pep, pero había que hacerlo para desatar la locura y amarrar los tres puntos en un partido en el que, si atendemos a las ocasiones y los méritos de unos y otros, seguramente, lo más justo hubiese sido el empate. Pero el fútbol es cuestión de goles y el que consiguió anotarlos fue el conjunto de Íñigo Pérez que, de repente, en un suspiro, y de nuevo con un gol milagroso in extremis, se ha colocado en séptima posición a base de masticar piedras.







