Tarde de domingo rara

Tarde de domingo rara

El Rayo logra el triunfo ante la Real Sociedad (0-1) en un partido plano en el que fue de menos a más. Los de Íñigo Pérez cogen aire y se alejan de la zona roja antes del parón.

Infografías: Marius Fedasz

En ocasiones, las buenas historias comienzan con un susto. Un sobresalto; algo que nos hace cambiar la perspectiva. Así empezó todo en Anoeta. Con un susto. No había culminado el segundero aún las cinco vueltas cuando un mal control de Lejeune dejó el balón en los pies de Mikel Oyarzabal, que se colocaba el mismo en carrera hacia la portería de Augusto Batalla cuando el central francés lo trabó y piso su tobillo izquierdo. Todos tragamos saliva porque, si bien la acción fue fortuita y sin ninguna intención, ya conocemos los extraños funcionamientos del sistema de video-arbitraje en esta Liga tan depauperada. Respiramos todos cuando el chequeo de la sala VAR terminó y vimos que no pasaba nada. Y quizás nos habíamos quedado tan arrugados que ninguno de los dos equipos consiguió entrelazar una buena jugada durante toda la primera mitad.

Tras el partido de Conference ante el Shkëndija, Íñigo Pérez volvió a su once habitual, con Pathé Ciss acompañando a Lejeune, Ratiu y Pep Chavarría en los flancos y Alemão en punta de lanza con las espaldas guardadas por Isi, Óscar Valentín, el vasquito Unai López y Álvaro García y Jorge de Frutos en las bandas. Lo esperado tras las modificaciones europeas del pasado jueves.

La primera parte pasó sin pena ni gloria. Aburrida. Como esa tarde adolescente en la que un grupo de amigos deambulan por la ciudad sin saber muy bien qué hacer: los recreativos, el banco del parque, las chucherías del chino, algún que otro cigarro, una litrona… hasta que el tedio se alza por encima de todo y cada uno termina volviendo a casa a ver una serie, jugar videojuegos o, quién sabe, leer alguna novela de iniciación. Tanto la Real Sociedad como el Rayo Vallecano, ambos con cinco puntos en la partida y con la misma necesidad de sumar, cargaban de imprecisiones su juego con fallos en pases fáciles, controles o errores en las tomas de decisiones. Tan plomizo fue el primer acto que lo más sorprendente no fue la clarísima ocasión que falló Jorge de Frutos tras un grave error realista en la salida de balón, sino que acabase y yo no me hubiese quedado completamente dormido.

La segunda oleada del duelo comenzó algo más animada, sobre todo en la orilla donostiarra. La Real Sociedad quiso dejar patente su localía y defender su feudo y, para ello, salió mucho más enchufada al partido y volcando más el juego hacia el área vallecana tras el descanso. Avisó el capitán de los txuri-urdin, Oyarzabal, con un potente disparo desde la frontal del área que tuvo que repeler un Batalla bien colocado. De nuevo, un susto; ese sobresalto que nos pone en contexto de lo que podría venir. El Rayo, quizás aguijoneado por ese picotazo, se levantó, se lavó la cara y consiguió su primera ocasión en el partido con un remate de Pep Chavarría a la salida de un córner. El lanzamiento del lateral figuerense golpeó en Zubeldia y se marchó desviado a saque de esquina. Poco después, otro error, esta vez en la medular rayista, propició una clara ocasión. Sin embargo, el vasquito Unai López, que había errado un pase fácil en la zona de creación que desencadenó el contragolpe donostiarra, corrigió, orgulloso, su error en un fantástico retorno con una meritoria acción defensiva. El partido se había convertido en un mini-carrusel de ocasiones peligrosas, que no claras, en ambas áreas: una pared entre Fran Pérez y Alemão que estuvo a punto de rematar el extremo valenciano, un centro con veneno que Pep Chavarría consiguió desviar a córner… Pero, pronto, el miedo se adueñó de la creatividad y ambos equipos volvieron al toma y daca sin mordiente durante un largo periodo de la segunda parte.

Hasta que el reloj comenzó a apretar la cintura y los cinco puntos ya pesaban más en la mente que lo que abultaban en el zurrón. El Rayo había cambiado algo la cara tras la entrada de Pedro Díaz, ‘Pacha’ Espino y Fran Pérez. Pedro Díaz probó a Álex Remiro en un fabuloso lanzamiento de libre directo y el arquero respondió con una de sus habituales y fotogénicas estiradas. Sin embargo, el Rayo parecía animado a buscar algo más que el punto y lo consiguió en la que fue, de largo, la mejor combinación de todo el encuentro. Una pared entre Ratiu, que rebañó el balón sobre la línea, y Fran Pérez, que jugó muy buenos minutos, rompió las líneas locales y dejó al rumano en posición de ofrecer una magnífica asistencia. En el centro del área, donde rondaba Randy Nteka, emergió el uruguayo ‘Pacha’ Espino para ponerse el traje de superhéroe y refrendar sus buenos minutos sobre el césped y el gran partido que jugó el pasado jueves en la primera jornada de Conference. Con calidad, de interior y zurda, puso el balón fuera del alcance de Remiro, cuya estirada esta vez no sirvió sino para rozar el balón y ver como se introducía en sus mallas a falta de escasos minutos para el desenlace.

Parecía que la historia había tocado a su fin, pero todavía iba a quedar tiempo, sobre la bocina y con el reloj apretando ya la garganta, de rezarle a San Augusto. Un envío largo de Zubeldia a la espalda de Ratiu cayó en los pies de Oyarzabal, que se deshizo con suma facilidad del lateral diestro para asistir a Sucic, pero el croata se topó con el buen hacer y la concentración imperturbable de Batalla, que volvió a rescatar puntos una vez más para la parroquia franjirroja, que tiene en el guardavallas de Hurlingham a uno de sus paganos apóstoles. La intervención del arquero argentino sí que puso el broche a un encuentro en el que no pasó nada y, a la vez, no dejaron de pasar cosas. Un partido en una tarde de domingo rara en la que los tres puntos saben a gloria, a una cerveza bien fresca tras una jornada dura de trabajo, al caramelo tras la cena, al café que nos levanta el ánimo en los días malos, a la yerba mate que alivia ese estrés cuando las cosas empiezan a torcerse y todo parece ponerse gris. Ya lo dijo el propio Batalla: “las cosas, tarde o temprano, van a salir”. Y por fin nos salió el sol… por Anoeta.